Todos, en algún momento de nuestra vida nos hemos hecho la misma pregunta; ¿qué coño hago, en una repisa pequeña, haciendo palanca con el piolet para sacar un empotrador del que me han dicho «no te fíes que se sale solo»?
Y si alguien no se ha hecho esa pregunta todavía, debería hacérsela, o ponerse en la situación adecuada.
En mi caso la situación adecuada parece un chiste: Van un valenciano, uno de Madrid, un maño, uno de Garrapinillos y un suizo haciendo una cordada china…
Que traducido significa: van cinco tíos, se atan con cien metros de cuerda y se lanzan monte arriba prometiéndose unos a otros que no se van a caer.
Cómo me gusta la épica. Y meterme en todos los charcos.
Porque Ramón, este, el de la foto, el que se parece al Bridwell, te lía…
Y te enseña una foto de un libro sobre el Aneto, y hace comentarios, y entre bromas y bromas, terminas en un coche abarrotado, rumbo a Benasque, con poca comida y menos talento. Porque, y esto es muy importante, sigues sin tener muy claro dónde te estás metiendo pero confías en tu pericia para evitar males mayores, o para provocarlos, que esto del monte te pilla un poco desentranadete.
A ver, que tampoco es que sea la primera vez que vamos al monte, que estamos concienzudamente preparados.
LLegamos a nuestro campo base, Senarta y conseguimos vaciar el coche y el tuper de croquetas. Empezaba lo duro, caminar.
¿Te imaginas? ¿Llegar a una montaña y empezar a escalar?
Al pie de la pista teníamos dos opciones, autobús o caminar.
Una ojeada a las tarifas nos dió la solución: ¿por qué gastarnos una pasta en llegar descansados si tenemos todo el día por delante?
Y eso hicimos, calzarnos y tirar p’arriba.
Como el refugio estaba «petao» de gente decidimos alargar el paseo media horica más, que quien dice media, dice una, para alcanzar una cabaña más cerca de nuestro objetivo.
La cabaña no existía, la meteo se comportó como era previsible y, pese a las fundas de vivac, los cinco cuerpos tirados en medio de un prado estaban convertidos en cuatro cuerpos humedos y uno sintiéndose Bob Esponja.
Retirada, desandar camino y confiar en el sol para secar nuestras pertenencias. Por fortuna en el refugio estaba un amigo que bajaba. Nos prestó un saco y se llevó bastante del peso que acarreábamos. Ya habíamos decidido ir más ligeros.
Día de secado, reposo, ascensión al Culebras, que estaba cerca y preparación mental para el Aneto.
Bajo techo y cenados, el refugio se convirtió de repente en la Puerta del Sol en nochevieja. Otra tormenta sacó de sus tiendas a un grupo de boyescaús (tengo un permiso firmado por Baden Powell para decirlo así) y los atrajo a la seguridad de un techo.
Lamentablemente la tormenta no fue ni tan larga ni tan terrible como esperábamos, así que, a las seis de la madrugada estábamos desayunando en la puerta del refugio, evitando mirarnos a los ojos y diciéndo todos: «¡Bueno, pues vamos, ¿no?» «sí, sí». Pero sin movernos mucho, por si acaso alguno se movía y había que seguirle.
Como en todos los grupos en este también hay un nervioso, cinco en realidad, así que ahí estamos, en marcha, con las galletas a medio masticar.
Los días previos ya nos habían dado avisos; que va a hacer malo, que habrá niebla… Pero ni por esas. Aprovechando los escasos momentos despejados intuímos la ruta y enfilamos hacia ella.
Entramos a la vía, propiamente dicha y llevamos a cabo el plan, meditado y sopesado: «la Cordada China».
Ramón abre vía con todo el hierro que puede acarrear encima. Irá poniendo cacharricos y ganchetes donde considere necesario hasta que se acabe el material.
Yo voy asegurando y el resto del equipo va saliendo cada pocos metros detrás de Ramón.
Cuando la cuerda esté tensa, recojo reunión y voy recuperando hasta que alcance la cabeza de cordada.
Teniendo en cuenta que nos hemos atado con algo más de cien metros de cuerda y que es una vía de III, hay muchas posibilidades de que pasen una de dos cosas: se acaba el material y no nos enteramos por la distancia; Ramón se lía a subir y terminamos llegando a cima en un solo largo.
Pese a nuestras peores previsiones, nos comportamos como montañeros y vamos siguiendo los pasos previstos con una cierta soltura.
Ramón monta reunión, yo recupero material, se lo paso, me dice que si no lo puedo recoger un poco ordenado, le digo que soy un hombre y solo puedo hacer una cosa a la vez y o paso miedo o me preocupo por la estética…
Interesante «expedición», con el grado justo de compromiso y soledad.
Dos primeros Anetos que ya les gustaría firmar a muchos para Danko y Chiqui.
Un segundo para Alex que le demostró que cualquier vía es mejor que la normal.
Un descenso más del Paso de Mahoma para Ramón, que es, de momento la única persona que conozco que lleva tres descensos por ahí y ningún ascenso.
Y para mí, pues un Aneto diferente después de muchas normales y la recuperación del gusto por la altura y las cuerdetas.
En casa, la peque me dijo: Papá, eso de escalar no, pero subir montañas así como vosotros sí que me gusta.